UN DÍA ME ACORDÉ QUE YO TAMBIÉN ROBÉ
UN DÍA ME ACORDÉ QUE YO TAMBIÉN ROBÉ
Era siempre verano –tengo esa sensación sobre los recuerdos- y las maquinitas de video juego estaban abarrotadas cada día.
Cambiaba un paquete de arroz por un helado, un kilo de pan por chicles bazokas y un saquito de horas toditas trabajadas, por uno de galletas Melvas, de Bagley. El papel siempre lo dejé tirado tras de mí, encima de la naturaleza. Eso es lo bueno de no reciclar… que uno puede volver sus pasos y nuevamente escuchar el chasquido de los pies sobre la sangre en el suelo, con las inolvidables Topper. Abiertas a la altura de los metacarpos de los pelotazos contra el portón y Virutita volando de palo a palo para inmortalizar el golazo en el ángulo. Doña Leonor rompiendo las siestas con su tabla de madera de cajón, flácida y efectiva para la memoria de mi mejilla izquierda.
Sí, un día me acordé que yo también robé… e hice el intento de sentirme culpable de ser tan pobre y robarle a los más pobres que yo: a mi madre. Y no me salen las putas lágrimas, y jugaba a mete-gol y lo que entraba en esas ranuras no eran monedas sino partes de su cuerpo, de su salud.
La recuerdo porque llevó a Makey en el canasto de su bicicleta un día que salía tarde hacia el trabajo, un coche lo había atropellado –eso recordamos los niños-; lo estrujó entero por dentro, era pequeño y marrón. Llegamos del colegio y todos lloraron, yo no. Mi hermano mayor, con el que luego me pelearía a muerte, y tres hermanas menores; con la que debuté en eso de la eyaculación.
Recuerdo que teníamos cinco y diez, aunque siempre quise recordar que yo tenía seis y ella cinco, es lógico, por si algún día llegaba eso del remordimiento. Nunca llegó. Nunca me di el lujo de sentirme despreciable. No he podido.
Robé otras veces pero no eran robos; era cambiar las cosas de lugar porque nunca supe qué se han hecho…no tengo nada de aquello. Pero hoy -supongo que es conciencia,- pienso en mi madre y recorro el salón de aquella –mi- casa con el bolso de mamá en la mano y el espíritu exaltado a morir, para revisar su cuaderno de las rifas, para sacar cinco o diez -llegué a sacar cien- y luego ver llorar a mi madre ante sus hijos por la incredulidad –mi madre era una mujer muy dura para llorar- de que sus niños estaban especializados en mentiras e interrogatorios: Yo.
Nunca confesé, pero nunca, incluso llegué a convencer a mi hermana menor de que se adjudicara uno de mis robos para que ese día no nos castiguen a los cinco: "Anita, vos sos la menor, no te va a hacer nada; si no pasa nada, además es lo mismo… ¿Cuántas cagadas te vas mandando ya? ¿A quién crees que van a castigar tarde o temprano? A mí no, hace cuánto que no me mando ninguna yo." Y la convencí. Mi padre estaba asando unas carnes en la parrilla –un ex militar- mi ventana daba de frente al jardín. Se acercó llorando y con miedo: "yo fui" dijo, sólo yo fui dijo mi hermana. Y yo sentí que algo se tapaba, se introducía para siempre dentro mío y permanecería impenetrable y oscuro, junto a la pinza de las brasas que se le estampaba en el rostro marcándola para siempre. Lleva con talante toda su persona y es bastante atractiva que no le resta belleza a su cuerpo. Bueno, a mí no me importaría darle…
Recuerdo que la pasaba mal cuando la veía en el pileta del ante baño sacándose eso que me salía a mí. Me daba una profunda vergüenza y ella ahí, tan natural lavándose parada sobre una silla con una pierna sobre el grifo y echándose agua… no lo soportaba, salía de casa a distraerme con la pelota de fútbol o siempre pasaba alguien para hacerme olvidar ese cuadro.
Cuando regresaba no era problema, ella parecía tan interesada en olvidar como yo… eso sí, hasta el próximo juego en donde nos rozáramos. Luego creo que mi segunda hermana comenzó a sospechar algo, y el efecto que produjo en ella, fue de celo o curiosidad, no lo sé. Pero fue suficiente para mí, para que esa noche, entre que disimulaba estar dormida, y yo me arrastraba por el suelo en plena oscuridad con los oídos pendientes de los pasos de cualquier cosas que se pareciese a mi madre o mi padre o mi hermano mayor o alguien, me daba lo mismo que fuera quien fuera. La vergüenza me mantenía alerta como un felino, mientras metía la mano por debajo de la sábana. Después de excitarla y asegurarme de que estaba despierta aunque disimulara estar dormida –yo también prefería así, hubiera sentido vergüenza de hacerlo si ella tenía los ojos abiertos- me subía a la cama y notaba entre frotamientos que prefería estar de espaldas mí y así la cogí. Con un pene de doce años, que ya era bastante grande dentro de una vagina de nueve, aquel día sentí que la rompí –incluso me solidaricé con ella sintiendo algo de pena por el dolor que parecía todo aquello- pero ella me levantaba más el culo presionando con una fuerza contraria a lo que parecía un crudo y prematuro dolor, eso despertó a un despiadado animal en mí que nunca había conocido antes. Después de esa vez, no sé porqué, pero nunca más volvimos a hacerlo, no quiso. También ese día, creo que mis otras dos hermanas despertaron por el ruido inevitable que hacíamos, pero también disimularon. Las recuerdo con el rostro hacia acá, curioseándonos hasta donde permitía la penumbra –que ya era bastante.
Supongo que la más grande, lo deseaba más que las otras, pero no se animó. El día que intenté tocarle los pechos –que sí que estaban hinchados, me cabían entera en toda la mano- se movía como amenazándome con despertar en cualquier momento, y no hay nada que me ponga más incómodo que eso. Lo intenté las veces que me parecieron normales –había que asegurarse- y luego ya no insistí más. La menor, todavía no estaba desarrollada pero no me causas ningún disgusto, así que no había más que decir.
Tampoco fueron muchas las veces, habrán sido unas veinte veces durante un año, luego, supongo que crecimos y ya no cabía disimular y yo no estaba dispuesto.
Así fue como debuté, con mis hermanas y debo reconocer que aquella primera y única vez con mi hermana mediana, me marcó para siempre. Hoy me enloquece agarrar por la cintura a las hembras y penetrarlas con violencia, haciéndolas chocar contra mí. ¡No hay nada mejor en el sexo!
LIKUG
Era siempre verano –tengo esa sensación sobre los recuerdos- y las maquinitas de video juego estaban abarrotadas cada día.
Cambiaba un paquete de arroz por un helado, un kilo de pan por chicles bazokas y un saquito de horas toditas trabajadas, por uno de galletas Melvas, de Bagley. El papel siempre lo dejé tirado tras de mí, encima de la naturaleza. Eso es lo bueno de no reciclar… que uno puede volver sus pasos y nuevamente escuchar el chasquido de los pies sobre la sangre en el suelo, con las inolvidables Topper. Abiertas a la altura de los metacarpos de los pelotazos contra el portón y Virutita volando de palo a palo para inmortalizar el golazo en el ángulo. Doña Leonor rompiendo las siestas con su tabla de madera de cajón, flácida y efectiva para la memoria de mi mejilla izquierda.
Sí, un día me acordé que yo también robé… e hice el intento de sentirme culpable de ser tan pobre y robarle a los más pobres que yo: a mi madre. Y no me salen las putas lágrimas, y jugaba a mete-gol y lo que entraba en esas ranuras no eran monedas sino partes de su cuerpo, de su salud.
La recuerdo porque llevó a Makey en el canasto de su bicicleta un día que salía tarde hacia el trabajo, un coche lo había atropellado –eso recordamos los niños-; lo estrujó entero por dentro, era pequeño y marrón. Llegamos del colegio y todos lloraron, yo no. Mi hermano mayor, con el que luego me pelearía a muerte, y tres hermanas menores; con la que debuté en eso de la eyaculación.
Recuerdo que teníamos cinco y diez, aunque siempre quise recordar que yo tenía seis y ella cinco, es lógico, por si algún día llegaba eso del remordimiento. Nunca llegó. Nunca me di el lujo de sentirme despreciable. No he podido.
Robé otras veces pero no eran robos; era cambiar las cosas de lugar porque nunca supe qué se han hecho…no tengo nada de aquello. Pero hoy -supongo que es conciencia,- pienso en mi madre y recorro el salón de aquella –mi- casa con el bolso de mamá en la mano y el espíritu exaltado a morir, para revisar su cuaderno de las rifas, para sacar cinco o diez -llegué a sacar cien- y luego ver llorar a mi madre ante sus hijos por la incredulidad –mi madre era una mujer muy dura para llorar- de que sus niños estaban especializados en mentiras e interrogatorios: Yo.
Nunca confesé, pero nunca, incluso llegué a convencer a mi hermana menor de que se adjudicara uno de mis robos para que ese día no nos castiguen a los cinco: "Anita, vos sos la menor, no te va a hacer nada; si no pasa nada, además es lo mismo… ¿Cuántas cagadas te vas mandando ya? ¿A quién crees que van a castigar tarde o temprano? A mí no, hace cuánto que no me mando ninguna yo." Y la convencí. Mi padre estaba asando unas carnes en la parrilla –un ex militar- mi ventana daba de frente al jardín. Se acercó llorando y con miedo: "yo fui" dijo, sólo yo fui dijo mi hermana. Y yo sentí que algo se tapaba, se introducía para siempre dentro mío y permanecería impenetrable y oscuro, junto a la pinza de las brasas que se le estampaba en el rostro marcándola para siempre. Lleva con talante toda su persona y es bastante atractiva que no le resta belleza a su cuerpo. Bueno, a mí no me importaría darle…
Recuerdo que la pasaba mal cuando la veía en el pileta del ante baño sacándose eso que me salía a mí. Me daba una profunda vergüenza y ella ahí, tan natural lavándose parada sobre una silla con una pierna sobre el grifo y echándose agua… no lo soportaba, salía de casa a distraerme con la pelota de fútbol o siempre pasaba alguien para hacerme olvidar ese cuadro.
Cuando regresaba no era problema, ella parecía tan interesada en olvidar como yo… eso sí, hasta el próximo juego en donde nos rozáramos. Luego creo que mi segunda hermana comenzó a sospechar algo, y el efecto que produjo en ella, fue de celo o curiosidad, no lo sé. Pero fue suficiente para mí, para que esa noche, entre que disimulaba estar dormida, y yo me arrastraba por el suelo en plena oscuridad con los oídos pendientes de los pasos de cualquier cosas que se pareciese a mi madre o mi padre o mi hermano mayor o alguien, me daba lo mismo que fuera quien fuera. La vergüenza me mantenía alerta como un felino, mientras metía la mano por debajo de la sábana. Después de excitarla y asegurarme de que estaba despierta aunque disimulara estar dormida –yo también prefería así, hubiera sentido vergüenza de hacerlo si ella tenía los ojos abiertos- me subía a la cama y notaba entre frotamientos que prefería estar de espaldas mí y así la cogí. Con un pene de doce años, que ya era bastante grande dentro de una vagina de nueve, aquel día sentí que la rompí –incluso me solidaricé con ella sintiendo algo de pena por el dolor que parecía todo aquello- pero ella me levantaba más el culo presionando con una fuerza contraria a lo que parecía un crudo y prematuro dolor, eso despertó a un despiadado animal en mí que nunca había conocido antes. Después de esa vez, no sé porqué, pero nunca más volvimos a hacerlo, no quiso. También ese día, creo que mis otras dos hermanas despertaron por el ruido inevitable que hacíamos, pero también disimularon. Las recuerdo con el rostro hacia acá, curioseándonos hasta donde permitía la penumbra –que ya era bastante.
Supongo que la más grande, lo deseaba más que las otras, pero no se animó. El día que intenté tocarle los pechos –que sí que estaban hinchados, me cabían entera en toda la mano- se movía como amenazándome con despertar en cualquier momento, y no hay nada que me ponga más incómodo que eso. Lo intenté las veces que me parecieron normales –había que asegurarse- y luego ya no insistí más. La menor, todavía no estaba desarrollada pero no me causas ningún disgusto, así que no había más que decir.
Tampoco fueron muchas las veces, habrán sido unas veinte veces durante un año, luego, supongo que crecimos y ya no cabía disimular y yo no estaba dispuesto.
Así fue como debuté, con mis hermanas y debo reconocer que aquella primera y única vez con mi hermana mediana, me marcó para siempre. Hoy me enloquece agarrar por la cintura a las hembras y penetrarlas con violencia, haciéndolas chocar contra mí. ¡No hay nada mejor en el sexo!
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