viernes, junio 30, 2006

UN DÍA ME ACORDÉ QUE YO TAMBIÉN ROBÉ


UN DÍA ME ACORDÉ QUE YO TAMBIÉN ROBÉ


Era siempre verano –tengo esa sensación sobre los recuerdos- y las maquinitas de video juego estaban abarrotadas cada día.
Cambiaba un paquete de arroz por un helado, un kilo de pan por chicles bazokas y un saquito de horas toditas trabajadas, por uno de galletas Melvas, de Bagley. El papel siempre lo dejé tirado tras de mí, encima de la naturaleza. Eso es lo bueno de no reciclar… que uno puede volver sus pasos y nuevamente escuchar el chasquido de los pies sobre la sangre en el suelo, con las inolvidables Topper. Abiertas a la altura de los metacarpos de los pelotazos contra el portón y Virutita volando de palo a palo para inmortalizar el golazo en el ángulo. Doña Leonor rompiendo las siestas con su tabla de madera de cajón, flácida y efectiva para la memoria de mi mejilla izquierda.
Sí, un día me acordé que yo también robé… e hice el intento de sentirme culpable de ser tan pobre y robarle a los más pobres que yo: a mi madre. Y no me salen las putas lágrimas, y jugaba a mete-gol y lo que entraba en esas ranuras no eran monedas sino partes de su cuerpo, de su salud.
La recuerdo porque llevó a Makey en el canasto de su bicicleta un día que salía tarde hacia el trabajo, un coche lo había atropellado –eso recordamos los niños-; lo estrujó entero por dentro, era pequeño y marrón. Llegamos del colegio y todos lloraron, yo no. Mi hermano mayor, con el que luego me pelearía a muerte, y tres hermanas menores; con la que debuté en eso de la eyaculación.
Recuerdo que teníamos cinco y diez, aunque siempre quise recordar que yo tenía seis y ella cinco, es lógico, por si algún día llegaba eso del remordimiento. Nunca llegó. Nunca me di el lujo de sentirme despreciable. No he podido.
Robé otras veces pero no eran robos; era cambiar las cosas de lugar porque nunca supe qué se han hecho…no tengo nada de aquello. Pero hoy -supongo que es conciencia,- pienso en mi madre y recorro el salón de aquella –mi- casa con el bolso de mamá en la mano y el espíritu exaltado a morir, para revisar su cuaderno de las rifas, para sacar cinco o diez -llegué a sacar cien- y luego ver llorar a mi madre ante sus hijos por la incredulidad –mi madre era una mujer muy dura para llorar- de que sus niños estaban especializados en mentiras e interrogatorios: Yo.
Nunca confesé, pero nunca, incluso llegué a convencer a mi hermana menor de que se adjudicara uno de mis robos para que ese día no nos castiguen a los cinco: "Anita, vos sos la menor, no te va a hacer nada; si no pasa nada, además es lo mismo… ¿Cuántas cagadas te vas mandando ya? ¿A quién crees que van a castigar tarde o temprano? A mí no, hace cuánto que no me mando ninguna yo." Y la convencí. Mi padre estaba asando unas carnes en la parrilla –un ex militar- mi ventana daba de frente al jardín. Se acercó llorando y con miedo: "yo fui" dijo, sólo yo fui dijo mi hermana. Y yo sentí que algo se tapaba, se introducía para siempre dentro mío y permanecería impenetrable y oscuro, junto a la pinza de las brasas que se le estampaba en el rostro marcándola para siempre. Lleva con talante toda su persona y es bastante atractiva que no le resta belleza a su cuerpo. Bueno, a mí no me importaría darle…
Recuerdo que la pasaba mal cuando la veía en el pileta del ante baño sacándose eso que me salía a mí. Me daba una profunda vergüenza y ella ahí, tan natural lavándose parada sobre una silla con una pierna sobre el grifo y echándose agua… no lo soportaba, salía de casa a distraerme con la pelota de fútbol o siempre pasaba alguien para hacerme olvidar ese cuadro.
Cuando regresaba no era problema, ella parecía tan interesada en olvidar como yo… eso sí, hasta el próximo juego en donde nos rozáramos. Luego creo que mi segunda hermana comenzó a sospechar algo, y el efecto que produjo en ella, fue de celo o curiosidad, no lo sé. Pero fue suficiente para mí, para que esa noche, entre que disimulaba estar dormida, y yo me arrastraba por el suelo en plena oscuridad con los oídos pendientes de los pasos de cualquier cosas que se pareciese a mi madre o mi padre o mi hermano mayor o alguien, me daba lo mismo que fuera quien fuera. La vergüenza me mantenía alerta como un felino, mientras metía la mano por debajo de la sábana. Después de excitarla y asegurarme de que estaba despierta aunque disimulara estar dormida –yo también prefería así, hubiera sentido vergüenza de hacerlo si ella tenía los ojos abiertos- me subía a la cama y notaba entre frotamientos que prefería estar de espaldas mí y así la cogí. Con un pene de doce años, que ya era bastante grande dentro de una vagina de nueve, aquel día sentí que la rompí –incluso me solidaricé con ella sintiendo algo de pena por el dolor que parecía todo aquello- pero ella me levantaba más el culo presionando con una fuerza contraria a lo que parecía un crudo y prematuro dolor, eso despertó a un despiadado animal en mí que nunca había conocido antes. Después de esa vez, no sé porqué, pero nunca más volvimos a hacerlo, no quiso. También ese día, creo que mis otras dos hermanas despertaron por el ruido inevitable que hacíamos, pero también disimularon. Las recuerdo con el rostro hacia acá, curioseándonos hasta donde permitía la penumbra –que ya era bastante.
Supongo que la más grande, lo deseaba más que las otras, pero no se animó. El día que intenté tocarle los pechos –que sí que estaban hinchados, me cabían entera en toda la mano- se movía como amenazándome con despertar en cualquier momento, y no hay nada que me ponga más incómodo que eso. Lo intenté las veces que me parecieron normales –había que asegurarse- y luego ya no insistí más. La menor, todavía no estaba desarrollada pero no me causas ningún disgusto, así que no había más que decir.
Tampoco fueron muchas las veces, habrán sido unas veinte veces durante un año, luego, supongo que crecimos y ya no cabía disimular y yo no estaba dispuesto.
Así fue como debuté, con mis hermanas y debo reconocer que aquella primera y única vez con mi hermana mediana, me marcó para siempre. Hoy me enloquece agarrar por la cintura a las hembras y penetrarlas con violencia, haciéndolas chocar contra mí. ¡No hay nada mejor en el sexo!

LIKUG

Pequeño cuento


VEINTICUATRO MINUTOS DESPUÉS


Me obsesiono mirando los enlaces y nudos de la telaraña sobre mi cabeza…

-Ya no tengo voz… ¡El dolor en la garganta...! El sabor a sangre…-

Hay algunas hebras que cuelgan como si las hubiera cortado…pero yo ni las toqué…sería trabajo extra para la araña y no sé si tendría tiempo de verla otra vez hasta toda formada y perfecta…para distraerme… en la seda…

-Le gustaban las sábanas de seda…-

“Durante tanto había esquivado al pensamiento… y ahora no tengo escapatoria, salvo recorrer la telaraña y meditar las proporciones” -Ese sería un verso, ojalá tuviera algo con qué escribir-

Tengo cansado todos los pensamientos… -Son los mimos-Ya hice de claustrofóbico hasta arrancarme las uñas con la madera… Y también lloré.-Y pensar que no era fácil, incluso cuando cerró la puerta… y me apretó la mano. Je, todavía conservo el buen humor… ¡Je! ¡Señal de que moriré contento¡
-¡Otro verso: “Señal que moriré contento”!
Ella decía: nunca lloras…

Yo ya hice hasta de loco… me he desesperado más que suficiente …ahora que lo comprendo todo… sólo quiero mirar los enlaces y nudos de la telaraña que se balancea sobre mi cabeza… quiero distraerme en las hebras… ¡Ya he pensado en el aire…! Y ese pensamiento no modificó nada.-Tengo sed… mucha-Me duelen los labios y no siento las uñas…la sangre de los manos ya secó.“La tierra sobre el polvo” -Así comenzaría el poema…

El aire… el aire… y el agua.-Tengo sed-Los enlaces y nudos de la telaraña… su sábana…, su seda… ella…Epitafio…o mejor dicho: lápida-¿Cuál sería la última palabra…? Mmm, no sé… “Agua” Sí… es innegable que se pudiera elegir, optaría por el agua, aunque sea la falta de aire lo que termine por matarme…

(Veinticuatro minutos después de haber despertado, murió… No hubo velorio, porque ya lo habían enterrado)

LIKUG

La maraña que cubre mi techo


Hay ocasiones en que me obsesiono mirando los enlaces y nudos de la telaraña gigante sobre mi cabeza, hay cortes que fueron hechos de forma repentina, yacen hebras caídas, rasgadas, agonizantes... Otras anudadas, pero sin flujo vital, como si pretendiera ignorar que están rotasPuedo ver la trama que tejí, incluso puedo plasmar sus formas sobre la tela, dejar que el pincel cruce de un lado a otro humillando al blanco virginal cubriéndolo de rojo. Abriendo ojos y bocas sobre el lienzo, y ver como escapan de ellos fluidos ocres, verdes, marrones con pequeñas salpicaduras de sangre y lagrimas.Hoy no puedo salir a volar, la maraña que cubre mi techo está demasiado densa, dura, petrificada y para colmo; hoy estoy ciega, muda y sorda. Sólo logro tocar la pintura y deslizarla sin sentido y puede que por algún milagro logre crear un rayo de luz.

......................
“La tierra sobre el polvo”, así comienza el poema.

Se descuelga, camina lento, se mimetiza entre los brillos de la telaraña.
Claros y oscuros,... - Nada muere, sólo se renueva- me repetía, mientras intentaba enrollar mi cuerpo con la sabana de seda .- me quedaré en muerte viva-
La araña sigue, se desliza, observa con mil ojos, abarca todo hasta mis temblores apagados.
Vienticuatro minutos después, estoy a la espera y con los ojos abiertos. Se cruzan y se van tejiendo nuevas redes, silenciosos nudos.Olvidé cerrar la puerta, esta vez en tu cara. Dejé tirados mis pinceles en tu suelo, aunque tengo el consuelo de recordar mis dedos sobre tu lienzo... ¡Que tortuosa felicidad la de pintarte besos! La de engañar las horas , la de ponerse sombras en la cara y en el cuerpo...
Ya estás aquí, tus finas patas se posan en mi frente, ha dejado caer hilos sobre mi boca muda, sobre mis ojos ciegos, sobre mis oídos sordos...
Yazgo entre seda, entre mil enlaces y nudos...

Annabella Scio

Dormido


El agua se derramará sobre la cama, manchará el piso y se escurrirá por el tablado -de nada servirá sostener y levantar el vaso - Ni siquiera puede esbozar una sonrisa, sus músculos agonizan - antes que ella misma -, sus piernas ya dejaron de moverse, lo mismo harán sus brazos, luego su rostro se volverá rígido y las palabras no saldrán. La enfermedad irreversible se apodera del cuerpo de la mujer, trasformando músculos y huesos en un recipiente para un cerebro vivoÉl, la saca al jardín empujando su cama.La pared del cuarto ya no está, aún no se han dado cuenta que viven entre ruinas, la humedad se ha llevado los colores y ha dejado matices olorosamente ocres. El pequeño niño, hijo de ambos, a su corta edad apenas se sostiene intentando meterse entre los brazos inertes de su madre, aún no pronuncia palabras, pero sabe emitir ruiditos imitando a los perros que viven en su patio. El hombre sabe que el licor no va a borrar su miseria. Él ha caído al piso, esta vez fulminado. No despertará de ésta; su ultima borrachera. Desde la cama ella logra ver a los cachorros que salen de su guarida, en busca de un mendrugo... el niño se da cuenta que no es parte de la pequeña jauría, que no tiene dientes para mostrarse fiero , ni garras, lo único que puede hacer es arrastrarse abatido. La noche comienza a caer, el frío blanquea las plantas y la tierra, la nieve salvadora está cayendo sobre las ruinas, en el patio y en los cuerpos. Ella abre sus ojos y se ve cubierta de blanco; son las alas de un ángel que arrulla al hijo que cual cachorro, dormido se ha quedado.

Angelina Sludgy
ecoestadistica.com